sábado, 19 de noviembre de 2011

Apología de un suicidio I


Había gastado la vida y el dinero huyendo, de aquello de lo que  no se puede huir. Había recorrido medio mundo para acabar donde había empezado, pero no había sido en vano por que ya no tenía miedo. 

Sentado en el sillón de mimbre, disfrutaba del olor a  leña y tierra húmeda, que había dejado la lluvia, uno de los últimos placeres que disfrutaría. 

No tuvo que esperar mucho tiempo, pronto el deseo de huir llego, pero siguió sentado, esperando y al fin llego el dolor. Apretó las manos contra los brazos del sillón  , cerro los ojos y dejo que el dolor  invadiera todo su ser, cada fibra de su ser. Ese dolor significaba que había habido algo en su vida por lo que mereciera la pena sufrir y eso le reconforto. 

Se levanto lentamente del sillón y se asomo al balcón . Podía ver claramente como los isabelinos, entraron en su propiedad, derribaron la puerta de cuarterones y pasaban a sangre y cuchillo a todo su familia. 

El se enteraría mucho después, cuando bajo un día desde el monte, donde guerreaba con sus compañeros. 

Cuando se acerco a la casa y no vio ninguna luz se extraño.
Cuando vio la palabra cabrón escrita en su puerta se asusto. 
Cuando entró en su casa y vio los cadáveres putrefactos de su familia murió. 
Cuando se percató que su familia había muerto por sus ideas huyó.

Acarreo uno a unos los cadáveres de su padre, de su madre, de su mujer y de su hijo y los enterró bajo un olivo en el patio de atrás, después cogió el retrato de familia y se fue. 

Durante mucho tiempo, aquel retrato fue su único equipaje, los sacaba todas las noches acariciaba el rostro de su mujer mientras le pedía perdón besaba a su difunda hija y lo volvía aguardar. 

Así fue durante mucho tiempo. 

Continuara...

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