sábado, 24 de marzo de 2012

Tierra


Un fuerte cierzo soplaba por los campos meciendo las espigas de trigo, contado una vieja historia que se repite una y otra vez, desde tiempo remotos. Un historia de vida y de muerte.

Tiempo atrás, solo los más empecinados  labradores  habían bajado desde las fértiles llanuras hasta los áridos cerros, tan solo con la fuerza de su manos y la fuerte convicción de extraer a la  tierra hasta la ultima gota de simiente. Cada año el dux de Venecia arrojada un anillo al mar en muestra de su unión con el mar, ellos daban la vida. 

En Septiembre, tras la labranza, hombre y mujeres sembraban la tierra juntos, rezando para que creciera, como si un hijo fuese, sangre de su sangre. Y pasaban los meses en la espera viendo verdear los campos , rezando para que no hiele, rezando para que llueva, rezando rezando. Y llega el verano y el sol dorada las espigas, que serán arrancadas de la tierras en la siega, al son de jotas, bajo un sol de justicia que levanta la piel de la espalda, como un castiga divino por arrancar a la tierra su fruto. En el funeral más alegre del año. 

Los fardos de trigo avanzan lentamente, bamboleándose en los carros, subiendo por  los cerros hasta las eras. Allí las jóvenes sentadas en el trillo, dan vueltas a la era una y otra vez  como vírgenes en un antigua procesión descuartizando las espigas de trigo, al son de jotas, como siempre en la tierra clamando a Dios por una buena cosecha, que asegure el pan y la siembra siguiente en un ciclo eterno, oculta a la sombra de los graneros, esperando que comience de nuevo un ciclo sin principio ni fin, que se lleva repitiendo desde que los toscos conquistadores  arrebataran aquella tierra seca  a los musulmanes, por una pura cuestión de orgullo, atándose aquella tierra, sin primaveras ni otoños. 

jueves, 22 de marzo de 2012

Regreso

Y tras mucho tiempo lejos, volvió y nada más cruzar el umbral de la puerta se sintió como en casa y desde ese momento todos sus planes se rompieron y decidió que se quedaría allí.

Le basto recorrer la casa, para darse cuenta el inmenso trabajo que le quedaba por hacer y que su estancia allí seria lo menos parecido al retiro espiritual que había imaginado, así que se quito la chaqueta, cogió un vieja escoba y empezó a limpiar aquella casa sin saber, que mientras lo hacía se purgaba a si mismo. 

El olor a bosque, el tacto de la madera envejecida, la frescura de una casa recién blanqueada, el dolor en los huesos y la satisfacción del trabajo bien hecho, fueron como un bálsamo para él. 

Y tiempo después cuando la casa volvió a brillar con el resplandor de antes, entendió porque su padre le había dejado únicamente aquella casa en ruinas, no para que  repara  la casa, sino para que la casa le repara a él.